
Dra. Claudia Avila Connelly, experta en Inversión Extranjera Directa (IED) y comercio internacional. Miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (INDEX).
Actualmente nuestro país está inmerso en dos escenarios que representarán un impacto a la economía nacional. Uno es la imposición de aranceles por parte del gobierno de Estados Unidos y por otro la propuesta de Reforma Aduanera del actual gobierno mexicano.
Ambas medidas, impactan capítulos clave de la industria mexicana, en particular sectores como automotriz, textil y vestido, calzado, siderúrgico, aluminio, vidrio, papel y cartón, y cosméticos, entre otros.
En particular, la reforma aduanera, que tiene como objetivo la modernización, agilización de tramitología, fortalecimiento de la recaudación fiscal y el combate a la corrupción y evasión de impuestos en las aduanas de México, establecen requisitos más estrictos y un proceso riguroso de selección y certificación para los agentes y agencias aduanales.
La recaudación de impuestos en las 50 aduanas de México ya experimentó un crecimiento real del 17% en los primeros ocho meses de 2025. Según la Agencia Nacional de Aduanas de México (ANAM), el monto total recaudado de enero a agosto fue de 953,754 millones de pesos. Por lo tanto, se proyecta un notable crecimiento en la recaudación por comercio exterior de nuestro país.
En entrevista con la Revista index, Claudia Avila Connelly, experta en Inversión Extranjera Directa y comercio internacional y miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales de index, da un panorama sobre el impacto de estas decisiones.
¿De qué tamaño será el impacto en materia aduanera y logística por la imposición de aranceles?
Más que un impacto inmediato, la imposición de nuevos aranceles debe analizarse desde su efecto estratégico en las cadenas de suministro y en la competitividad del país.
En un entorno donde la competitividad depende de la predictibilidad en la proveeduría, cualquier cambio arancelario tiene un efecto sistémico: modifica rutas, altera calendarios de producción y redefine las estrategias de cumplimiento en la frontera. Desde la perspectiva logística, estos ajustes arancelarios tienden a acelerar procesos de relocalización productiva, en los que las empresas buscan acortar distancias, integrar proveeduría local y diversificar mercados para reducir la exposición a tensiones e incertidumbres comerciales.
En el caso de México, un incremento o la introducción de nuevos aranceles por parte de Estados Unidos, ya sea por razones de política industrial o comercial, puede generar presión operativa en las aduanas fronterizas, especialmente en los cruces de alto volumen. Y no se trata solo de más carga, sino de una mayor complejidad en los procesos de clasificación, verificación de origen y control de valor en aduana, lo que exige una mayor coordinación interinstitucional y un enfoque tecnológico en la gestión del riesgo.
En ese contexto, México se convierte en un actor clave, con la gran oportunidad de convertir el impacto arancelario en un catalizador de la innovación logística.
Por ello, el impacto más significativo no será en la balanza arancelaria, sino en la capacidad del país para adaptarse y mantener la confianza de los inversionistas. La clave está en fortalecer la facilitación comercial, la trazabilidad y la infraestructura logística para que, aun en escenarios de proteccionismo, México se consolide como un hub confiable para la industria y los inversionistas, y fortalezca su ventaja de integración con América del Norte.
¿Cuáles son los sectores que vislumbran como los más pujantes para el impulso comercial?
Los sectores más dinámicos para el impulso comercial en Norteamérica en los próximos años serán aquellos que integran tecnología, energía limpia y movilidad, pues impulsarán la transición hacia cadenas de suministro más sostenibles y regionalizadas.
En primer lugar, el automotriz y de autopartes seguirá siendo el motor del comercio exterior de México, pero está experimentando una profunda transformación hacia la electromovilidad y la digitalización de los componentes. La inversión en baterías, semiconductores y software embebido está generando nuevas oportunidades de integración regional con Estados Unidos y Canadá.
El segundo gran bloque es el de tecnologías de la información, electrónica y manufactura avanzada, que se beneficia de la reconfiguración global del hardware, particularmente debido a las tensiones entre Asia y Occidente, y del esfuerzo por asegurar las cadenas de suministro críticas en territorio aliado.
A la par, el sector energético y de equipos eléctricos (paneles solares, almacenamiento, eficiencia industrial) está tomando fuerza debido a la demanda de infraestructura sostenible.
También destacan el agroindustrial, impulsado por la trazabilidad y las certificaciones sanitarias, y el aeroespacial, que está recuperando su dinamismo post-pandemia gracias a la relocalización de proveedores tier-2 y tier-3.
En este sentido, México tiene una oportunidad excepcional para pasar de maquila a inteligencia productiva, si capitaliza estos sectores con innovación, formación de talento y certidumbre regulatoria.
¿Qué fortalezas debe resaltar México para no perder la oportunidad del nearshoring?
México debe poner en el centro sus ventajas estructurales y no limitar el discurso sobre el nearshoring a una coyuntura. La proximidad geográfica y el marco del T-MEC son solo el punto de partida. Lo verdaderamente estratégico es demostrar que México ofrece confiabilidad operativa, capacidad logística y un sólido entorno de cumplimiento.
Nuestra mayor fortaleza es la red industrial instalada, con más de seis décadas de experiencia en la manufactura de exportación y una base de proveedores que ya domina estándares internacionales. A ello se suma una infraestructura logística madura, con puertos, aeropuertos, cruces fronterizas y zonas industriales interconectadas, donde la aduana desempeña un papel clave como garante de la fluidez y la trazabilidad.
México también debe resaltar su capital humano especializado y técnico, así como su ubicación en una cadena de valor norteamericana altamente integrada, donde las reglas de origen del T-MEC actúan como ancla productiva frente a otras regiones. Pero el verdadero diferenciador será la capacidad de coordinación institucional: facilitar, digitalizar procesos, fortalecer el Estado de derecho y promover una política industrial moderna que conecte la inversión, la innovación y la sustentabilidad.
En resumen, la oportunidad de fortalecer la competitividad del país no se ganará sólo con incentivos fiscales, sino con confianza, predictibilidad y visión de largo plazo. Si México comunica al mundo que es un país serio, ágil y comprometido con la eficiencia, consolidará su lugar como plataforma logística y manufacturera estratégica de América del Norte.
¿En qué temas económicos e industriales debería fijar postura nuestro país con miras a la renegociación del T-MEC?
De cara a la revisión del T-MEC en 2026, México no puede limitarse a “defender” el tratado. Tiene que llegar con una agenda económica e industrial proactiva, alineada con las cadenas regionales de suministro y la seguridad económica de Norteamérica. Yo diría que hay al menos cinco ejes donde el país podría fijar una postura clara:
- Reglas de origen y cadena automotriz–electromovilidad.
El corazón industrial de México sigue siendo el automotriz y de autopartes, ahora en transición hacia vehículos eléctricos, baterías y software. Las reglas de origen del sector ya son de las más exigentes del mundo (75 % de contenido regional, más requisitos laborales y de acero/aluminio). México debe buscar certidumbre y estabilidad de esas reglas, evitar cambios que fragmenten cadenas ya integradas, y al mismo tiempo negociar condiciones que faciliten la llegada de inversiones en baterías, semiconductores y componentes de alto valor agregado.
- Energía, competitividad y transición verde.
Sin energía suficiente, limpia y a precios competitivos, la relocalización podría frenarse, por más ventajas geográficas que tengamos. Hoy el tema energético ya es un frente de fricción en el T-MEC y seguirá estando así en la revisión. México necesita una postura que concilie la soberanía energética con la certidumbre regulatoria para la inversión privada y con los compromisos de transición energética que exigen las grandes cadenas globales. Esto no debe verse como un tema ideológico: es un prerrequisito para que sigan llegando plantas y centros de datos.
- Política industrial y sectores estratégicos de relocalización.
Los diagnósticos de organismos como la CEPAL muestran que las oportunidades de relocalización (Nearshoring) de fuentes externas se concentran en semiconductores, electromovilidad, farmacéutica, equipos médicos y minerales críticos, entre otros. México tiene una gran oportunidad de aprovechar la revisión del T-MEC para impulsar una agenda de desarrollo de proveeduría local, capacitación del talento y encadenamiento con pymes, de modo que no seamos sólo una plataforma de ensamblaje, sino un centro de innovación y servicios avanzados dentro de la región.
- Facilitación aduanera, logística e infraestructura fronteriza.
El T-MEC no solo es un texto jurídico, sino que implica aspectos determinantes como el tiempo de cruce en la frontera, interoperabilidad de sistemas, programas de socios confiables como el Operador Económico Autorizado (OEA) y gestión de riesgos. Con el aumento de los flujos y la complejidad de las cadenas, México puede impulsar mecanismos que profundicen la digitalización, el reconocimiento mutuo de esquemas de seguridad y la inversión conjunta en infraestructura fronteriza y en corredores logísticos.
- Capítulos laborales, MIPYMES y desarrollo regional.
Los capítulos laborales llegaron para quedarse y se están usando activamente. Más que verlos únicamente como riesgo para paneles de arbitraje, México puede utilizarlos para elevar el estándar de trabajo digno, reducir las brechas salariales regionales y fortalecer el mercado interno en zonas que hoy están fuera del mapa de la Inversión Extranjera Directa (IED). De igual forma, es clave impulsar herramientas para incorporar a las cadenas de valor a MIPYMES y regiones rezagadas, para que el T-MEC sea sostenible en el tiempo.
En suma, la revisión de 2026 debe ser una oportunidad para replantear el T-MEC como plataforma de política industrial y seguridad económica compartida. Si alineamos energía, infraestructura, talento y certidumbre regulatoria, Norteamérica podrá hablar de integración productiva inteligente, más que de relocalización.
¿Cuáles serían los principales retos en materia comercial y geopolítica para México en los próximos años?
México enfrentará una etapa en la que la geopolítica definirá más que la política comercial tradicional. Los grandes retos no vendrán sólo de los tratados, sino también de cómo el país se posicione en un mundo fragmentado entre bloques que buscan asegurar suministros, energía y tecnología bajo criterios de seguridad nacional.
El primer reto será mantener el equilibrio entre Estados Unidos y China, nuestros dos mayores socios y competidores a la vez. México se beneficiará de la relocalización, pero también deberá evitar verse atrapado en las tensiones tecnológicas y de inversión estratégica. Esto exigirá una diplomacia económica madura, capaz de aprovechar la relocalización sin cerrar la puerta a la diversificación de mercados en Asia, Europa y América Latina.
El segundo gran desafío es elevar la competitividad interna para sostener la oportunidad externa, precisamente lo que contempla el Plan México. Al mejorar la infraestructura, la energía, la formación del talento y la certidumbre regulatoria, la IED seguirá llegando al país. Y es que la “nueva economía global” exige logística de precisión, interoperabilidad aduanera, talento especializado y entornos sostenibles, no sólo bajos costos.
El tercer reto será construir una gobernanza regional en Norteamérica. La seguridad económica y las cadenas críticas de energía, semiconductores y alimentos ya son temas de Seguridad Nacional, no sólo de mercado. México deberá sentarse en esa mesa con una visión estratégica para contribuir a una región más integrada y resiliente.
Finalmente, un reto transversal será redefinir la narrativa del comercio mexicano: pasar de la dependencia exportadora a una política industrial que impulse la innovación, el valor agregado y la cohesión territorial. En un mundo que se fragmenta, la fortaleza de México dependerá de su capacidad para conectar regiones, sectores y visiones en una estrategia sistémica de desarrollo y competitividad regionales.